Abandonados

A lo largo de la semana pasada, he conocido tres noticias que me han helado la sangre en las venas.
La primera, contaba que el 25% de los presos en Japón superan la edad de jubilación, debido al alto número de ancianos que cometen delitos menores porque quieren ir a la cárcel. La segunda, informaba de que, en España, 80 personas dependientes mueren al año mientras esperan una ayuda del estado. La tercera noticia narraba cómo un pasante rescató a un perro perfectamente sano al que alguien había atado a una vía por la que pasan tres trenes al día.
La literatura refleja con frecuencia la opinión de que el modo que tiene una sociedad de tratar a los débiles es un claro indicativo sobre la madurez y altura moral de la misma. Partiendo de la cita de Ghandi, 'La grandeza y el progreso moral de una nación se mide por cómo trata ésta a los animales', podemos sustituir 'animales' por 'débiles' y tendremos la perfecta radiografía de la sociedad a analizar.
Ya sé que en el mundo animal sólo sobreviven los más fuertes, pero a los humanos nos encanta creer que somos superiores a ellos y más civilizados, por lo que creo que, al menos, deberíamos esforzarnos en demostrarlo.
Supongo que, desde el punto de vista de un anciano, no debe haber gran diferencia entre una residencia de la tercera edad y una cárcel y, si el estado no asume el coste de la residencia y su pensión no les da para vivir dignamente en sus casas, entiendo que prefieran residir en prisión, donde reciben asistencia médica y tres comidas al día. Probablemente, yo haría lo mismo. Lo que me cuesta más entender es que uno de los países más desarrollados y con mayor renta por cápita del mundo no cree mecanismos que aseguren el bienestar de sus ancianos. Tampoco entiendo que en el tan cacareado 'estado de bienestar' del que algunos disfrutan en España la más lenta de las muertes sea más rápida que los engranajes burocráticos que conceden las ayudas por dependencia, y la gente se muera, literalmente, esperando. Y desde luego, no entiendo de ninguna de las maneras que alguien no sólo abandone a su mascota, sino que la condene a una cruel y horrible muerte porque... ¿se ha cansado de cuidarla o se ha echado una nueva novia que no quiere perros?.
Esta prepotencia supina en la que habitamos sólo puede ser consecuencia de la interiorización de una sociedad en que todo es desechable e intercambiable. Los teléfonos móviles se averían inexplicablemente al cumplir un año de vida y los coches al cumplir cinco, los trabajadores que han sacrificado toda su vida laboral a una misma empresa son prejubilados y sustituidos por otros más jóvenes y baratos y pronunciamos votos matrimoniales 'hasta que la muerte nos separe' tres o cuatro veces a lo largo de nuestra vida. Y no nos importan los cadáveres que dejamos por el camino.
Si ésa es la sociedad civilizada en que vivimos y la vejez a la que nos encaminamos, yo me estoy pensando irme a vivir a una cueva.

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