Expecto Apparate

Ayer estuve caminando por la ciudad en que habito, más allá del habitual camino de casa al trabajo y viceversa, y me llamó la atención observar cómo un montón de personas que viven aquí, pero les gustaría estar en otro sitio, trataban de esquivar a otro montón de personas que viven en otro sitio, pero prefieren estar aquí. Ese fenómeno tan humano y tan moderno de desear siempre estar en un lugar diferente, y que he conocido a lo largo de mi vida en tantos lugares del mundo, desde el griego emigrado a Alemania que sueña con su playa en Thesalonika hasta el forastero en Madrid que añora su pueblo manchego.
Pensando en formas de solucionar esta contradicción, recuerdo ese hechizo de Harry Potter que permite desaparecer del lugar en que se está para aparecer en otro. Lo utilizan el Sr. Weasley y muchos otros magos para acudir a su trabajo en el Ministerio de Magia cada mañana. Se acabaron los atascos matutinos, las búsquedas de aparcamiento, y de paso, gran parte de los movimientos migratorios. Todas aquellas personas que, como yo, cambiaron de residencia por motivos laborales, ya no tendrían que mudarse de sus casas con todos sus enseres y pagar precios desorbitados por alquilar cuchitriles en los que vivir bajo unas normas propias de un internado de monjas (que si no se admiten mascotas, ni niños, ni más de x personas, que si no se permite fumar, ni visitas, ni ruidos después de cierta hora...) con tal de asegurarse el pan, sino que cualquiera podría levantarse de su cama en su pueblo de Cuenca, ducharse, desayunar y aparecerse en su oficina en el Paseo de la Castellana para cumplir sus ocho horas en el tajo, y luego volver a aparecerse en el bar de siempre en su pueblo, donde la caña aún cuesta 1€, para tomarse unas cervezas con sus amigos de toda la vida.
En cuanto a los coches, quedarían relegados al papel de elemento recreativo, para salir a dar una vuelta los domingos por la mañana, como quien se alquila un coche de caballos para pasear por Triana o una barca para remar por el Retiro.
Las plazas obtenidas por oposición se adjudicarían y ocuparían más equitativamente, acabando con la actual situación de las notas más bajas cubriendo las plazas en los lugares más aislados. Con la opción de aparecerse, ya no quedarían plazas públicas sin cubrir en Pájara (Fuerteventura) o en Ibiza, y se acabaría la rivalidad entre taxistas y Cabifiers, porque probablemente ambos se existinguirían.
Como este avance le fastidiaría el negocio a mucha gente, imagino una gran resistencia por parte de inmovilistas y partidos políticos dispuestos a apoyarlos. Transportistas, gasolineros, propietarios de viviendas alquilables y xenófobos de medio pelo se pondrían de acuerdo por una vez en su vida para mostrar en conjunto su desacuerdo, y manifestarse al grito de 'nosotros partimos, nosotros decidimos' desde las puertas de sus respectivas casas (¿para qué desplazarse?). Seguramente, los pioneros de la aparición serían tachados de reaccionarios y recibirían amenazas de muerte y los gurús de la economía augurarían un debacle internacional por la quiebra de compañías aéreas, ferroviarias, navieras y tantos otros sectores que viven del ir y venir de la gente. No obstante, la novedad se acabaría imponiendo y finalmente, ir por la vida apareciéndose sería tan normal como lo es hoy en día poner la lavadora, coger el ascensor o conversar por Skype.
Cuando Julio Verne escribió las novelas que le hicieron famoso, los argumentos eran ciencia ficción. Con el tiempo, casi todas se han convertido en realidad, y el submarino, el cohete espacial y la vuelta al mundo en mucho menos de 80 días son comunes y no sorprenden a nadie. Espero que algún científico de mente preclara desentrañe pronto los misterios del teletransporte y me presento voluntariamente a aparecer y desaparecer cuantas veces sea necesario en aras de la ciencia. ¡Expecto apparate!

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