Confinados, Monitorizados y Engañados

En estos días inciertos, en que vivir - y sobrevivir - es un arte, como cantaban los Celtas Cortos, el gobierno de nuestro querido país, por fin nos tiene donde quería: encerrados, lobotomizados por las noticias oficiales emitidas por los canales controlados por el estado y, privados de nuestros medios de sustento, dependientes de las ayudas generosa y arbitrariamente otorgadas, amparados por una enfermedad y el miedo que ésta provoca, que justifica cualquier desmán al que someter a la población.
A estas alturas, no creo que nadie pueda negar que la enfermedad existe. Que haya aparecido de la nada, por casualidad, es mucho más discutible, pero no es el tema de mi artículo de hoy. A más tardar, sabremos quién ha creado y expandido la pandemia cuando nos anuncien la existencia de una vacuna aplicable, y comercializable a un módico precio que permita enriquecerse -aún más- al todopoderoso lobby farmacéutico.
Pero, en espera de que llegue ese momento, los españoles, confinados en nuestras respectivas cavernas y empapándonos del teatro de sombras que la tele proyecta diariamente sobre nuestras paredes, ya casi hemos terminado de convencernos de que estas sombras son la realidad, y empieza a parecernos normal que los títeres elegidos para ejercer diariamente de marionetas nos informen con cuentagotas de las decisiones tomadas hace tiempo. Aquel lejano consejo de ministros que duró 15 horas ya estableció la duración total de nuestro confinamiento, los sectores que podrán seguir trabajando, los que lo harán en unos meses, los que están condenados al ostracismo in aeternum, y hasta los rollos de papel higiénico disponibles por habitante a partir de ahora. Pero nos van desvelando estas decisiones paso a paso, como los misterios de Fátima, no sea cosa que si anuncian de repente que el confinamiento está aprobado hasta final de mayo, la paralización de las grandes empresas hasta final de junio y el cierre del sector turístico hasta el 2021 - a aquéllos que sobrevivan hasta entonces - decidamos rebelarnos, retomar nuestras actividades económicas con o sin su permiso y se descubra que las medidas que están tomando solo sirven para justificar la instauración de la renta vitalicia que intentan meter con calzador desde hace años y tirar tierra encima a todos los gobiernos de derechas anteriores, que se cargaron el estupendísimo sistema de la Seguridad Social española, líder en el mundo mundial y parte del extranjero.
Esto me recuerda cierto gobierno no muy lejano, de cuyo nombre no quiero acordarme, que durante la penúltima crisis -esta vez económica- se pasó media legislatura negando su existencia y la otra media diciendo que ya estábamos saliendo. ¿Les suena de algo llevar escuchando en los informativos desde hace 4 semanas que ya estamos en el pico de la curva más larga e interminable del mundo?
Montados en esta curva, suenan las campanas y las trompetas, que nos venden una imagen idílica y solidaria "por tí, por mí, por nosotros", somos todos solidarios y nos quedamos en nuestra puta casa convencidos de que participamos en una cruzada; salimos al balcón a aplaudir todos los días a las 8 de la tarde, y hasta cantamos y tocamos la pandereta, porque no hay nada mejor que estar sin trabajo y sin saber si nuestro sector volverá a levantar la cabeza algún día, yendo al supermercado con mascarilla, y mientras juego al bingo desde el balcón, mi adormecida neurona no tiene tiempo de preguntarse por qué siguen abiertas todas las gasolineras de España, sin controlar a quién suministran y por qué, mientras las fuerzas de la seguridad escanean uno a uno a los ocupantes de esos coches para que nadie consiga confinarse en su residencia secundaria, por qué los repartidores se consideran un sector primordial, independientemente de si reparten alimentos, medicinas o un satisfier que me acabo de comprar por Amazon, o por qué el gobierno se plantea cerrar fronteras al turismo extranjero, saturado de gérmenes foráneos, y sustituirlo por el turismo nacional, igual de incontrolado y plagado de gérmenes, pero eso sí, autóctono.
Para cuando el teatro de títeres se decida a confesarnos que saben desde el principio que con esta enfermedad nos vamos a infectar todos, porque no hay forma de impedirlo, presento ya ahora
mi candidatura voluntaria a contaminarme lo antes posible. Si la palmo, dejaré de calentarme la cabeza sobre cómo pagar mis facturas en los próximos meses, y si me curo, espero poder retomar mi vida normal y dejar de contemplarla desde el balcón de mi casa.
Os deseo un feliz confinamiento.

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