Babel

Cuenta la Biblia que, en cierta ocasión, los humanos comenzaron a construir una torre altísima, con el fin de alcanzar el cielo, y como castigo por su soberbia, Diós hizo que cada uno de los participantes en la construcción empezara a hablar en un idioma diferente, para que no pudieran entenderse entre sí nunca más. Han pasado unos cuantos siglos y, como el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, en lugar de utilizar los idiomas para entendernos unos a otros, los hemos politizado y convertido en armas arrojadizas con las que atacarnos, desprestigiarnos y separarnos cada vez más.
Saber idiomas es un conocimiento extraordinario. Yo hablo unos cuantos y, excepto la lengua de mi región, que aprendí en casa porque la hablaban mis padres, y el español, porque se hablaba en todos los demás sitios, los he aprendido todos por gusto y elección propia, y me son muy útiles en mi vida personal y laboral. No me importaría añadir alguno más a mi currículo, siempre que no se me tratara de imponer, lo cual me haría odiar ese idioma y, por consiguiente, nunca lo dominaría ni mucho menos lo utilizaría.
Creo que ningún idioma debería aprenderse por obligación, ni usarse como herramienta de exclusión. Ya sé que vivimos en una sociedad diversa, con diferentes culturas e idiomas, y admiro a aquéllos que aman y defienden sus raíces, pero creo que en este país se está haciendo de la peor manera posible.
Quisiera recordar a los que defienden su lengua regional a golpe de leyes y a base de metérsela a la gente por los ojos porque en otra época estuvo prohibida que están haciendo lo mismo, pero al revés. Así, vemos absurdos, como la publicación del programa de festejos de un municipio español cuyo censo consta mayoritariamente de guiris y latinoamericanos, sola y exclusivamente en la lengua autonómica. O que en una oposición se exija un nivel superior del idioma regional que del nacional. Como es anticonstitucional restringir el acceso a puestos públicos a no oriundos de la Comunidad Autónoma de turno, exigimos nivel C1 del idioma autóctono para acceder a cualquier puesto, aunque éste no incluya comunicarse con nadie de ninguna manera, y así excluimos de esos puestos a los forasteros... constitucionalmente. Racismo idiomático. Hecha la ley, hecha la trampa.
Y si hablamos de la guerra de los dialectos, tenemos para escribir un libro. A mi parecer, el portugués y el gallego se parecen mucho más que el alemán y el suizo. No obstante, los 2 primeros se consideran lenguas, y el suizo, sólo dialecto. ¿Cuál es, pues, la diferencia entre idioma y dialecto? Clarísimamente, la cantidad de dinero a percibir en concepto de ayudas de la Comunidad Europea, que sólo financiará la promoción de la lengua que hablan 3 vecinos, todos ellos octogenarios, de Villacagar del Páramo si algún académico demuestra que es un idioma, y no un dialecto. Pero no se lo contéis a los elfos, no sea que se les ocurra pedir subvenciones para fomentar el élfico, y los que ya están chupando del bote toquen a menos a repartir.
Hay idiomas cuyo conocimiento abre puertas, y hay otros cuyo desconocimiento simplemente las cierra. Y algunos, las abren a hachazos o las cierran de un portazo, porque tantos siglos más tarde seguimos, incluso los ateos, condenados a no entendernos por maldición divina.

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