Viajar

Si juntara todas las horas, minutos y segundos que he pasado viajando, y construyera otra vida con mi yo que ha vivido ese tiempo, mi yo viajante sería un niño de, como mínimo, 7 años. Y no hablo del tiempo pasado en el lugar de destino, el disfrute tras llegar a la meta, sino sólo del tiempo invertido en el trayecto, con sus ratos pasados dentro del avión, barco, tren, autobús o coche, más los trayectos al punto de partida y desde el punto de llegada, y las esperas antes y después, incluyendo retrasos, enlaces perdidos y cambios de planes espontáneos.
Si existen los universos paralelos de los que hablaba Asimov, seguro que uno de ellos es el tiempo que pasamos viajando. Las urgencias quedan aparcadas durante estos períodos. Según el medio de transporte, nos vemos obligados, o no, a desconectarnos de la electrónica y entretenernos, 'matar el tiempo' (qué expresión más fea, matar algo tan valioso) por medios tradicionales: leer, escuchar música, o - cada vez más en desuso -, entablar conversación con alguien, u observar a la gente.
Viajar siempre tiene algo mágico, y un punto voyeur, implica un descubrimiento y una esperanza. Podemos viajar por trabajo, por placer o por obligación; por buscar algo o para olvidarlo; para acercarnos a alguien o para alejarnos de él. Sea cual sea el motivo, un viaje es siempre una experiencia, y un recuerdo que perdurará en nuestra mente o se agazapará en un rincón, dispuesto a asaltarnos cuando menos lo esperemos.
Mi yo viajante  ha corrido en un aeropuerto cargando con una mascota, ha pernoctado en una estación de tren austríaca en pleno invierno y ha besado a un desconocido en un parque. Recuerdo un trayecto especialmente horrible, de 7 horas en coche con 2 niños alborotadores y atasco en la autopista en pleno agosto, y un vuelo espeluznante atravesando una tormenta de octubre mediterránea con rayos y centellas. Y 90 minutos en barco cabalgando olas de más de 4 metros de Ciudadela a Alcudia, y 24 horas en tren con 6 transbordos de Valencia a Innsbruck.
También recuerdo un agradable y relajado trayecto de Civitavecchia a Olbia en camarote de lujo, y un tour en autobús por Galicia que hice con mis padres cuando tenía sólo un año y medio, pero los que se me han marcado más a fuego son los trayectos que en su momento percibí como desagradables, y que ahora forman parte de mi experiencia vital, y la de ese niño viajero que no cesa de mirar al mundo con curiosidad y esperanza.
Mi madre solía decir que la experiencia más importante en la vida es la de tener hijos. Sin ánimo de desmerecer, quiero añadir otra vivencia fundamental para llevar una vida completa: viajar, siempre, incansablemente, con dinero y sin él. Solos o acompañados. Viajar es aprender. Nunca dejéis de hacerlo.

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